Medianoche en el desierto y todo está bien.
Eso me dije a mí mismo y así es,
o no es,
no lo he decidido todavía.
No importa el aullido de los coyotes o
la reducida luz.
La santidad reclama mis ojos cansados
cuando devuelvo la mirada a las estrellas.
Parecen inquietas, pero tal vez son
sólo manchones de tinta y soy yo
quien está inquieto en verdad.
Hay algo aquí que me revoca.
En su abundancia estoy ausente.
Entonces grité a los espíritus del desierto,
cuéntenme sus secretos,
o yo les contaré mis penas.
Los espíritus se alinearon rápidamente entonces.
Alas revoloteando.
Corazones en movimiento.
Oí muchas voces volverse una
y le habló al cielo sin hojas
como un dogma a la tierra.
No tenemos ningún secreto.
Somos simplemente ventanas a tu futuro.
Cuál es el ahora y cuál es el después
es la pregunta que respondemos.
Pero tú haces la pregunta.
Si tenemos un secreto
no es nada animado por palabras
o hablaríamos comúnmente.
Me dirigí a la voz,
¿qué sabiduría hay en eso?
Si las palabras no pueden expresar su sabiduría secreta,
entonces estoy sordo y ustedes mudos y estamos ciegos.
al menos puedo decir mis penas.
De nuevo las alas revolotearon
y las voces se levantaron
esperando que las penas no se derramasen
como sangre en el desierto.
Pero no hubo más sonidos
excepto el coyote y el búho.
Y entonces una extraña resolución invadió mi visión.
Sentí una presencia como si un ángel enorme
esculpido en piedra estuviera detrás de mí.
No pude girar por miedo a que su pérdida derramara mis penas.
Pero la presencia cada vez mayor era demasiado poderosa como para ignorarla
así que giré para confrontarla,
y allí estaba un coyote embaucador
mirándome con ojos de vidrio
pintando mi fuego, olfateando mi miedo,
y alejando mi pena en la intimidad.
Y entonces entendí la naturaleza de los ángeles.